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miércoles, 27 de octubre de 2010

AQUELLOS VIEJOS CACHARROS.

Bueno, lo de viejos cacharros es lo que nos parecen ahora; en su día buen resultado dieron, y buenos cientos de miles -o millones- de kilómetros hicieron por carreteras que tampoco eran las de hoy.
Eran aquellos coches de la Guardia Civil de Tráfico -la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil, por dar nombre exacto-, de los que uno generalmente no se asustaba, porque si no era delincuente no tenía nada que temer. Ni siquiera el multazo inmisericorde y alevoso, fundamental objetivo en la actualidad para los que mandan en la Guardia Civil.
En unas carreteras aun no desdobladas en autovía, y sin asomo de lo que luego serían los postes SOS y los más modernos teléfonos móviles, la única esperanza de quien sufría una avería -no digamos ya accidente- era ver aparecer aquellos coches verdes o aquellas motos que recorrían incansablemente el asfalto en busca de quien los hubiera menester. También, por supuesto, denunciaban las infracciones cuando se cometían, que lo cortés no quita lo valiente.
Dos veces -mucho, para lo poco que salía entonces a carretera, que era cuando alguien me llevaba porque aún no tenía edad para sacarme el carnet de conducir- fui testigo de la forma en que aquellos guardias civiles echaban una manita a quien lo necesitaba, se detenían a ayudar sin necesidad de avisarles, se preocupaban por cualquier problema que uno pudiera tener.
Te dabas cuenta, por ejemplo, de que llevabas una rueda pinchada, cosa que entonces ocurría con cierta frecuencia. La cosa sucedía a media noche, porque las desgracias nunca vienen solas. Parabas en el arcén y te disponías a cambiarla cuando veías, con auténtico pavor, que la de repuesto estaba vacía de aire, acaso pinchada también sin que lo supieras. No te quedaba otra que cogerte la rueda bajo el brazo, porque a esa hora no pasa mucha gente a la que pedir ayuda, y rezar para que aquella gasolinera que un rato antes habías pasado no estuviera de verdad tan lejos como te parecía. En eso ves parar un coche, y ves que baja un guardia civil. En vez de mirarte mal, porque allí hay tres chicos de dieciocho años justos; en vez de comprobar si has puesto los triángulos de aviso a la distancia correcta, si llevas chaleco reflectante homologado, si tienes los papeles del coche a mano, te pregunta si ocurre algo. Les cuentas la historia, y no te echan la bronca por no haberte fijado antes de salir en cómo llevabas la presión de la rueda de repuesto, sino que te dicen que subas al coche con la rueda, te llevan a la gasolinera más cercana, se esperan a que te la arreglen, te acercan de nuevo a tu coche y, encima, te preguntan si necesitas ayuda para ponerla.
Así eran las cosas entonces.

jueves, 7 de octubre de 2010

EL TALGO



Los veranos de los años 80 los solía pasar en el pueblo. A los catorce años teníamos como diversión andar con las bicis "parriba, pabajo". Una buena cuadrilla nos juntábamos de calleja en calleja, de prado en prado. Uno de los sitios donde mas nos gustaba ir era a la estación. Apartada del pueblo tenía como aliciente una vertiginosa bajada en bicicleta que entre sus cerradas curvas mas de uno se dejo allí los pellejos de la pechera.





No digo que no hubiera sido estación en su momento, pero las ruinas que hoy quedan del lugar no son solo fruto del tiempo.

Pasar la tarde en el apeadero es para jugar a lo que se juega al borde de las vías. A poner monedas, las latas de los refrescos y esperar a que pase el tren y con un poco de suerte, encontrar los cinco duros hechos una pastilla lisa y aplastada. A probar puntería a darle con las piedras de granito que sustentan las vías al bote de turno. Lo que era seguro es que se termina jugando a guerras de pedrada limpia. Hubo uno que se levantó con la mano en la frente gritando...¡Joder, que no vale tirar a dar!. Munición nunca falto.


La tarde en la estación terminaba con el paso del pendular Madrid-París. El de las ocho y media que venia de París.

A toda máquina pasaba delante de nosotros. No sé a qué velocidad, pero os puedo asegurar que impresiona verlo pasar a escasos metros notando en carne propia el rebufo de semejante bicho.

Era el TALGO.


No entiendo mucho de trenes, por eso tendré que recurrir al cortaypega pero todos estamos de acuerdo de que el TALGO es todo un símbolo de aquellos maravillosos años.


El Talgo es un tren de diseño español basado en coches cortos y más bajos que los tradicionales. Su nombre proviene de las siglas de Tren Articulado Ligero Goicoechea Oriol, en atención a su diseñador Alejandro Goicoechea y al financiero que apoyó sus investigaciones y la fabricación de los primeros trenes construidos con ese sistema José Luis Oriol.


Patentes Talgo es también la denominación del grupo empresarial español, creado en 1942 dedicado al diseño y construcción de estos trenes, que además ofrece servicios de mantenimiento de trenes y relativos a equipos ferroviarios.

Los trenes Talgo aportan innovaciones en varios conceptos. Se concibieron desde el principio con el objetivo de mejorar significativamente :
-la seguridad
-el confort de los viajeros
-los tiempos de recorrido
-la eficiencia operativa y económica de la explotación
Desde la puesta en servicio del Talgo II, en 1950 este objetivo permanece y cada nueva generación Talgo aporta innovaciones que permiten mejoras en cada uno de los campos antes mencionados.
Ya en 1942 se construyen los coches del tren Talgo I en los talleres de los "Hijos de Juan Garay", en Oñate (Guipúzcoa) y en los de la Compañía M.Z.A. de Atocha. La cabeza motriz del tren, se fabrica en los talleres de Valladolid de la "Compañía del Norte", sobre la base de un bogie provisto de un motor Diésel Ganz de 200 HP.
En octubre de 1942 comienzan las pruebas entre Madrid y Guadalajara en las que se llega a circular a 115 km/h.
En 1944 el Talgo I alcanza los 135 km/h en la Línea General del Norte o Imperial en la provincia de Avila.
En 1950 llegan a España 3 locomotoras y 32 coches Talgo II construidos en los Estados Unidos según proyecto y Dirección Técnica de ingenieros españoles. Ese mismo año Franco inaugura oficialmente los Talgo II con un viaje Madrid-Valladolid. y esemismo año de 1950, un tren Talgo II bate el récord de velocidad en Portugal en la línea Lisboa-Oporto.
Los Talgo II inician su servicio comercial en la Línea Madrid-Hendaya en 1950 con cuatro trenes semanales a una velocidad máxima de 120 km/h.

No fue hasta 1964 que entran en servicio los trenes Talgo III con las locomotoras 2000 T, en la relación Madrid-Barcelona. Y en 1966 por primera vez se circula en España a 200 km/h. Lo realiza una composición de Talgo III con locomotora 2000 T.


En julio de 1968 se abre linea directa Madrid-Burgos y en 1968 se realiza el primer viaje oficial directo de un tren entre Madrid-Paris sin transbordo de viajeros en la frontera. Lo realiza una composición de tren Talgo III de rodadura desplazable arrastrado por la locomotora KM 3001, Virgen de Lourdes, que llega a París a través de la frontera de Hendaya.
Junio de 1969: comienza la explotación comercial del primer Talgo Internacional, dotado con eje de ancho variable con el nombre de Catalán Talgo. Realiza el servicio Barcelona-Ginebra formando parte del Club de Trenes Express Europeos (TEE).

















A este vídeo le han quitado el sonido.